La expresividad de la Naturaleza

Un árbol tarda décadas en definir su apariencia. En su lento crecimiento trata de expresar una imagen, que es como un ideograma. Un símbolo único en el que transmite un concepto abstracto. Su forma es el resultado de cómo ha tenido que adaptarse al viento, a la lluvia, a la tierra que le soporta y al calor que recibe.

Respetar esa expresividad, supone respetar todas las energías que han incidido sobre ella. Es venerar a las fuerzas que operan a nuestro alrededor, y que se materializan en algo tan sencillo como el porte de un árbol. Por eso, su simbolismo es tan poderoso.

Bajo los árboles nos sentimos reconfortados, relajados y alegres. Son quiénes cuentan lo que sucede en el entorno, y quiénes preservan un conocimiento que no se puede verbalizar. Acceder a esta sabiduría precisa escuchar más allá de las palabras.

Por eso un paisaje con árboles es un paisaje vivo, fluctuante y diverso. En los bosques percibimos de forma innata los cambios, lo que permanece y lo que se va. Habernos alejado de esta percepción, es como perder la conexión con el Todo que nos cobija. Sentir tal dimensión es volver al Tao Esencial.


Comentarios