el necesario peregrinaje de la mente

Vamos perdiendo la conexión con la inmensidad tranquila y luminosa de la naturaleza. Nos acomodamos a utensilios que facilitan nuestra vida, a costa de contaminar el aire que respiramos. Y en vez de fomentar nuestra salud caminando por entornos abiertos y limpios, nos encerramos en oscuras salas, donde el aire no circula con fluidez.

Nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan regresar a los espacios en los que hemos evolucionado. Volver a sentir las piedras y la hierba bajo nuestros pies, volver a perder la mirada en el horizonte infinito y aspirar el aire que sopla libre en las cimas de las montañas.

La mente, igual que el cuerpo, precisa aventurarse a veces en un peregrinaje que la saque de sus miles de preocupaciones y asuntos cotidianos. Alejarse de los estímulos que solicitan un esfuerzo continuo, y abandonarse en la amplitud que, todavía, nos ofrece la naturaleza.

Al peregrinar, el cuerpo fomenta sus funciones vitales gracias al movimiento, y la conciencia se dirige hacia el interior, observando las luces y sombras que habitan dentro. Este afrontamiento de lo interno supone un trabajo meditativo de gran intensidad, en el que uno ha de enfrentarse a sí mismo. Y en la soledad, el caminante aprende a conocerse con sus virtudes y sus defectos.

La necesidad física y psíquica del peregrinaje surge cuando uno siente un vacío existencial. Cuando la rutina diaria tiende a anular al Ser y la Conciencia pierde su batalla con la inercia, se hace preciso buscar algún camino que recorrer. No por llegar a un destino, sino por experimentar el movimiento que saque al cuerpo y a la mente de su abotargamiento repetitivo.

Salir a caminar donde hay silencio, y donde los movimientos son lentos y tímidos, retrotrae a nuestra mente al momento evolutivo en que nació la Conciencia.

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