La mente en el cuerpo


Toda práctica meditativa supone una desarrollo de la conciencia, la atención y la focalización. El mero hecho de sentarse o tumbarse a escuchar la respiración y sentirla en el abdomen, ya afina la mente para que ésta aprenda a concentrarse en otras tareas más complejas.

En la realización de actividades que no requieran una atención mental específica, uno puede también aprovechar para desarrollar su conciencia un poco más. Un paseo por el campo, o una actividad repetitiva como cascar nueces o limpiar la casa, pueden ser momentos ideales para que la mente se concentre en el cuerpo, su respiración, su postura y sus tensiones. De esta forma, no sólo se aprende a afinar la conciencia, sino que además se adquiere la capacidad de localizar las alteraciones que puedan existir en el organismo.

Incluso estando con un amigo, no es preciso mantener un intercambio continuo de frases. En pequeños intervalos de silencio, uno puede hacer retornar la conciencia a su cuerpo, pues no le costará regresar nuevamente a la conversación. El organismo está ahí siempre disponible para que lo sintamos, lo percibamos o lo estimulemos mentalmente. Renunciar a esta poderosa capacidad es como renunciar a la propia Vida.

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