Finales de otoño


A finales de otoño, el clima parece agresivo para el ser humano. Las nubes se pegan a las colinas y las montañas, manteniendo una intensa humedad en el valle. Las ráfagas de viento sacuden los campos, dificultando un paseo tranquilo y relajante. El frío incita a quedarse al abrigo y el calor del hogar, recogidos en la tranquila comodidad de las viviendas.

Pero la vitalidad lleva milenios poniéndose a prueba en los organismos de mujeres y hombres. Y durante todo ese tiempo, las personas han sabido, con su actividad y voluntad, afrontar esas adversidades y superarlas cada invierno.

Ahora, los recursos protectores de que disponemos nos están volviendo pasivos y abotargados. Entendemos que no tenemos porque afrontar el frío, si tenemos cálidos cubículos cerrados donde mantenernos protegidos de las inclemencias. Y en esa pasividad, nuestra energía se estanca y se debilita.

Obligarse a afrontar las situaciones adversas no es una cuestión de valentía ni de demostrar nada a nadie. Es sólo una opción y una oportunidad para aprender a gestionar la propia energía coporal. Es adquirir la capacidad de sentirse feliz y pleno incluso en las condiciones más desagradables, y disfrutar con ellas. Es permitir al cuerpo que despliegue las capacidades que tiene para mantener la salud en óptimas condiciones.

Por eso, la meditación es también un actitud física en la que uno adopta una postura erguida de pie, con las piernas flexionadas y los brazos en alto, para mantener una actividad muscular mínima. Una activación vascular que permita al corazón mover la sangre por todo el cuerpo, y fomentar una buena temperatura orgánica. De esta manera, el cuerpo puede afrontar la agresiva adversidad del invierno.

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